Reseña

"Agua por todas partes": El destino de cuba en la mirada de Leonardo Padura

Por Andrés Ricciardulli/ El Observador |  3 Junio, 2019 - 11:12
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El libro está dividido en tres partes donde se dedica a describir La Habana, analizar novelas de su autoría y hablar sobre el exilio.

Con una gran obra en su haber, El hombre que amaba a los perros, y un puñado de novelas policiales protagonizadas por el detective Mario Conde, Leonardo Padura es hoy por hoy el escritor cubano más popular del mundo. Consagrado y reconocido en todas partes, no es raro que le llegara el ofrecimiento de hacer un libro de ensayos como este Agua por todas partes, donde además de analizar la realidad cubana de ayer y de hoy, el autor dedica varios pasajes a reflexionar sobre su propia escritura.

Salvo contadas excepciones, este tipo de libros tienden al autobombo y lo metaliterario, lo que suele ser un calvario para los que no son fanáticos de ese escritor. Por suerte, este último trabajo de Padura, si bien tiene varios pasajes donde el cubano se regodea en los milagros de su arte y se esmera en remarcar su voluntad indomable, no será recordado como una oda a sí mismo, sino más bien como un conjunto de textos más o menos inconexos que permiten acercarse a la realidad de la isla desde una óptica original, que va del orgullo a la desesperación.

El libro está dividido en tres partes bien nítidas. En la primera, Padura se dedica a describir La Habana con lujo de detalles. En la segunda, analiza en profundidad varias novelas de su autoría para hablar también del destino del género. Y en la tercera y última, reseña la obra de otros escritores cubanos y habla del tema del exilio como una espada de Damocles.

De las tres, la mejor es la primera, donde Padura explica su amor por Cuba y su emblemática capital, sin dejar de señalar los mil contrastes que propone La Habana. Como hace siempre, el autor da una de cal y una de arena, mostrando la belleza de sus calles, su gente y su cultura, pero señalando también el contraste entre la periferia habanera y la ciudad armada para los turistas, donde conviven lujo y pobreza.

La pintura social es muy buena, ya que Padura ha vivido varios períodos de la historia cubana, cada uno con sus particularidades, y es sumamente enriquecedor cuando reflexiona sobre los sueños ideológicos de la isla y la dura realidad a través del tiempo.

En esas primeras páginas, Padura deja clara su postura política, que es la de un apoyo crítico pero sostenido a la revolución. Porque así como señala que en Cuba nadie se muere de hambre, a continuación expresa que eso sucede de milagro. Porque si bien dice que los sueldos estatales son ridículos, también establece que la salud, la educación y un largo etcétera de servicios sociales son gratuitos y de buena calidad. Porque permanece en su Cuba natal contra viento y marea, pero no censura con dureza a otros escritores y artistas que decidieron irse de la isla (aunque en un párrafo puntual diga que algunos han quedado como estatuas de sal con la cabeza girada mirando hacia atrás).

Las otras dos partes del libro son menos satisfactorias por varios motivos, entre otros, por la llamativa repetición de conceptos en diversos capítulos y hasta la inclusión de párrafos muy similares en textos distintos. Esto irrita al lector, que comienza a saltear páginas buscando algo nuevo que lamentablemente no llega o lo hace a cuentagotas.

Los capítulos donde analiza varias de sus novelas en detalle, explicando la génesis, el desarrollo y la trascendencia última del texto, resultan agotadores para quien no conoce esas novelas de Padura. Lo mismo sucede con las largas reseñas que dedica a sus ídolos literarios José María Heredia y Virgilio Piñera, y las más potables son las de Alejo Carpentier y José Lezama Lima, por motivos más que obvios.

Lo mejor de Agua por todas partes, es la parte dedicada al mundo del béisbol, donde el autor da lo mejor de sí y revela la triste intimidad de su alma de pelotero frustrado, que sin embargo se niega a dejar de jugar el partido. Al libro lo salva, en definitiva, la propia historia cubana, que Leonardo Padura pinta con mil detalles coloridos que sirven para entender mejor el destino de un país que marcó el siglo xx.