Reseña

“Después de la tormenta”: no todos pueden convertirse en lo que desean ser

Por Laura Camila Arévalo Domínguez/ El Espectador |  17 Mayo, 2018 - 10:21
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La película de Hirokazu Koreeda es una reflexión sobre la condición humana, un cuestionamiento a nuestra forma de vivir lo cotidiano y enfrentar nuestras limitaciones.

“¿Por qué será que los hombres no saben apreciar el presente o sueñan con cosas que están fuera de su alcance? ¿Cómo van a ser felices haciendo eso?”, dice la madre de Ryota, el protagonista de la película Después de la tormenta, del director japonés Hirokazu Koreeda. Frases en las que quise que la vida se pausara por un momento.

Necesitaba unos minutos para asimilar lo que escuchaba. Me estrellé con una punzada que me hizo sentir esperanza, pero también culpa. La historia puede ser la de cualquier humano en el mundo. A Japón lo sentimos lejano, casi de otro mundo, pero en la película los personajes resultan abrumadoramente cercanos. Es una historia cotidiana y frustrante, muchas veces graciosa, otras triste y en algunas desesperante.

Te frustras al comprobar que es posible que los sueños no se cumplan. Que la voluntad de las personas, si no eres lo suficientemente fuerte, te afecta. Ryota en algún momento fue un escritor reconocido. Publicó una novela que posteriormente premiaron, y ahí se quedó. No volvió a escribir y quebró. Su incapacidad para seguir no sólo lo afectó a él, sino a un grupo de personas inocentes que ahora cargan con un peso ajeno. Kilos de emociones lejanas del terror o la tragedia. No hay momentos candentes ni de suspenso. En la película se narra el tedio de la vida sin sobresaltos.

Hirokazu Koreeda, quien dirigió películas como Nuestra hermana pequeña (2015) y De tal padre tal hijo (2013), utiliza elementos comunes en todas sus obras, como las historias humanizantes y familiares, con todos sus gozos y tensiones, volviendo a sumergirnos en un relato simple que nos permite ver la maravilla de atender los pequeños detalles.

Muestra lo hermoso que resulta poner atención a lo mínimo. Me hizo ver una importancia altísima en valorar momentos en los que, por ejemplo, servimos agua hirviendo en una taza limpia y nos decidimos a admirar el vapor que emerge de la temperatura, para después agregarle café. Sentarse, olerlo y disponerse a saborearlo. El placer de ser consciente. Me reflejé en ese tipo de cotidianidad que ahora miro de cerca.

Con Después de la tormenta entiendes que los grandes filmes no necesariamente se enfocan en las visibles figuras o en historias llenas de sufrimiento. El mérito real de la vida es luchar por vivirla y cada historia merece ser contada. Todos los papeles cumplen una función y las razones de cada suceso están perfectamente justificadas. Como las miradas de rabia de Kyoko, exesposa de Ryota, que a veces, sin premeditarlo, dispara, inclemente, a la conciencia de ese hombre que antes amó, y de nuevo incumple con su compromiso de pagar la manutención de su hijo de 11 años.

Las limitaciones de la ancianidad, la bajeza que brota de los vicios, la desilusión que produce esperar mucho y no obtener nada. Los celos que relegan la dignidad y el autodesprecio. Una película en la que nada es forzado. Un espejo en el que el día a día es similar al de Japón.

Con detalles sutiles, pero no menos importantes, Koreeda narró la historia de una familia disfuncional en la que se sueñan muchas cosas, pero se logran pocas. Hay varios momentos en los que la oportunidad aparece como un regalo. Lo valioso e imperdible de este filme japonés es que te prepara para identificar cuando las pupilas son susceptibles a esas apariciones que quisiéramos aprovechar siempre, y cuando, sin saber por qué, resultan invisibles. Se convierte en algo enervante y profundamente incómodo de ver. Un reflejo.

Umi yori mo Mada Fukaku, título original de la película, recibió el Premio de la Crítica en el Festival de Cine de Cannes 2016. Una obra poderosa que se pasa por las puertas que conducen a los primeros sueños, los más nobles, y recuerda cómo fueron abandonados.

“—¿Eres lo que querías ser?
—Aún no. No todo el mundo puede convertirse en lo que desea ser”.

Identificarse en esos prototipos no es difícil. Sobre todo con el de Ryota, un hombre que vive en una pausa profundamente incómoda.
Ve cómo pasan los minutos y después la vida, pero no logra desprenderse de la basura que le bloquea el camino. De alguna manera y en algún punto de nuestra vida hemos sido ese naranjo que creció hasta cierto punto y paró, sin florecer ni dar frutos. Expectantes a que algo ocurra, pero estáticos.

Limpia y simple, la producción es un deleite. Con escenarios a veces aburridos, por verse tan normales, tan de cualquier lado; otras, lúcidos. Ese tipo de luz que ilumina la vida de miles y miles de personas en el mundo que buscan desesperadamente felicidad y encuentran el reto de la vida.