Reseña

Divertida y dulce: Así es la sátira del nazismo, Jojo Rabbit

Por Nicolás Tabárez/ El Observador |  13 Enero, 2020 - 08:43
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La película del director y guionista neozelandés Taika Waititi se centra en un niño que tiene como amigo imaginario a Adolf Hitler.

La risa es un mecanismo de defensa. Nos reímos de algo porque es un peligro superado, o porque queremos al menos intentar perderle el miedo. Ridiculizarlo para demostrar que no nos puede ganar, y que por más que sea un monstruo enorme y violento, es en realidad un gigante que puede caer. Hay temas, sin embargo, que tienen el aura de intocables para el humor. El famoso "con eso no se jode". Pero hay algunos irreverentes que, sin importar esos límites, se meten con esos asuntos que para los tímidos son demasiado serios como para hacer humor.

Ya durante la segunda guerra mundial al fascismo y al nazismo alemán se le reían casi en la cara. El Capitán América le pegaba una trompada en la tapa de un cómic y Charles Chaplin con el Adenoid Hynkel de la seminal El gran dictador lo parodiaba como nadie. También lo hizo en la década de 1960 otro titán del humor de Hollywood, Mel Brooks, en Los productores; Quentin Tarantino osciló entre la parodia y la seriedad encarnada en el coronel Hans Landa en Bastardos sin gloria, y en 2012 los mismos alemanes rompieron el tabú nacional con la novela Ha vuelto de Timur Vernes, y su posterior adaptación al cine con la que se burlaron del gran trauma alemán trayendo a Adolf Hitler al siglo XXI, donde se convertía en el youtuber más popular del país.

A esa lista se suma ahora Jojo Rabbit, la película del director y guionista neozelandés Taika Waititi. El filme, que se estrenó el pasado jueves 6 en los cines uruguayos, llega con el antecedente de haber estado nominada a dos Globos de Oro. Además, tiene seis nominaciones a los BAFTA, y tanto su guion como su elenco y director están también candidateados en los premios de cada uno de sus respectivos sindicatos, lo que indica una buena probabilidad de que cuando el lunes 13 se anuncien los nominados a los premios Oscar, figure en esa lista. Para los que además creen en la estadística, en setiembre ganó el premio del público del Festival de Cine de Toronto. Desde 2012, sin excepción, todas las películas que lo recibieron han estado al menos nominadas al premio de Mejor película en los premios de la Academia.

Y entre las potenciales candidatas de este año, Jojo Rabbit se ha erigido, por su temática, en una de las más polémicas. Porque se contrapone con la visión de que a los nazis hay que tratarlos con seriedad, no como un recurso humorístico. La respuesta, y más al tratarse de arte, va a depender de cada uno, pero Waititi logra usar las risas para humillar al régimen de Hitler con relativa eficacia, aunque sus mejores momentos están cuando la historia se aleja del humor.

El amor es más fuerte

Jojo Rabbit es, por encima de todo, una historia del enfrentamiento entre el amor y el odio. El campo de batalla es Jojo Betzler, un niño alemán de diez años, integrante de las Juventudes Hitlerianas y firme creyente en el régimen. Adoctrinado por la propaganda nazi, cree que los judíos son monstruos humanoides y su ídolo máximo es el führer, cuyo rostro tapiza su cuarto. Además, es su amigo imaginario.

El filme, que se estrenó el pasado jueves 6 en los cines uruguayos, llega con el antecedente de haber estado nominada a dos Globos de Oro y que tiene seis nominaciones a los BAFTA

En su gran inicio, de hecho, la película muestra el fervor juvenil hacia el dictador, comparándolo con la excitación y la devoción generada por las estrellas pop o los deportistas, usando escenas documentales acompañadas por la versión en alemán de I wanna hold your hand que grabaron los Beatles.

Jojo vive en un pequeño pueblito con su madre Rosie, en una existencia idílica en la que la gente dice "heil, Hitler" en lugar de "buen día", y los pequeños son entrenados para convertirse, más pronto que tarde, en soldados en una guerra que aunque nadie lo diga, tiene sus líneas cada vez más cerca de casa, y que se está perdiendo. Pero a Jojo no le importa, porque él quiere encajar. Y si eso implica que tiene que ser una máquina de odio y violencia, no le importa. En realidad, no lo piensa mucho, simplemente cree. Pero claro, en el fondo, está su otra versión.

Porque aunque a su alrededor gane el discurso de odio, en su vida hay bastante amor. Buena parte lo recibe de su madre, Rosie (Scarlett Johansson), que se hace cargo de la casa y del niño después de que su esposo presuntamente desertara en Italia. Y pronto descubre otro tipo de amor cuando encuentra que en su casa está escondida Elsa, una adolescente judía, con la que desarrolla un vínculo tan complejo como encantador.

Inocencia interrumpida

A lo largo de sus películas, entre las que se cuentan la comedia de vamipiros What we do in the shadows, la maravillosa Hunt for the wilderpeople, y Thor: Ragnarok, la tercera película del superhéroe de Marvel en la que Waititi defecó encima de varias convenciones del género, ha demostrado que si hay algo que el neozelandés sabe hacer, es musicalizar sus películas de forma acertada, y también elegir bien a los niños actores.

Así como pasó con Julian Dennison en Hunt for the wilderpeople, buena parte del encanto y del corazón de Jojo Rabbit es responsabilidad de su protagonista, el inglés Roman Griffin Davis. Con su jopo rubio, sus gigantescos ojos y su apariencia de caricatura, el niño es tan adorable como capaz de transmitir con miradas y gestos las conflictivas emociones que le van generando los desafíos de su vida y las novedades que acarrea crecer. Tan querible como él es su mejor amigo, Yorki, que no cumple más función que la de hacer reír. Pero cada aparición suya en pantalla es una bendición. 

En un elenco que funciona a la perfección y que demuestra haberse divertido con el trabajo, el eslabón más débil es el propio Waititi, que encarna a Hitler. Más allá de la buscada ironía de que lo interpreta un judío maorí y que algunos de sus intercambios con Jojo tienen su gracia, la presencia de este führer imaginario tiene algo de redundante e innecesaria. De hecho, toda la primera parte de la película, cuando la comedia domina, es la más floja.

Jojo vive en un pequeño pueblito con su madre Rosie, en una existencia idílica en la que la gente dice "heil, Hitler" en lugar de "buen día", y los pequeños son entrenados para convertirse, más pronto que tarde, en soldados en una guerra que aunque nadie lo diga, tiene sus líneas cada vez más cerca de casa

Waititi sabe, de todas formas, cuando el humor tiene que retirarse. Y eso se hace aún más patente cuando se produce un giro narrativo que cumple una de las reglas no escritas de las comedias dramáticas: el drama crece y la comedia decrece a medida que la tensión de la historia aumenta. La segunda parte emociona, remueve y golpea, a la vez que sigue haciendo reír.

Aunque en 2020 pueda parecer trillado y hasta facilón decir que los nazis son malos, el crecimiento de movimientos de extrema derecha en todo el mundo y la mayor presencia de discursos de odio y división hace que el mensaje no pierda validez. Es un recordatorio de que aunque a veces no lo parezca, al final los buenos siempre ganan. Sin ser una obra maestra, Jojo Rabbit es a veces un poco decepcionante y poco profunda, pero también es entrañable y tiene la dosis justa de irreverencia.