Reseña
El Marginal 2: Ni tan buena, ni tan mala
Aunque la serie argentina que llega a Netflix esta semana no tiene la calidad de su primera entrega, aún sigue entreteniendo y sorprendiendo por su crudeza.
Miguel Palacios, infiltrado en el penal de San Onofre como “Pastor” Peña, acaba de escaparse de la cárcel que se prende fuego luego de un motín. Disfrazado, sube a una ambulancia donde está, herido, Juan Pablo Borges, “Diosito”. Palacios lo ahorca y se va. Mientras se marcha, se cruza con un encapuchado que se mete en la ambulancia. No sabremos qué hace con Diosito hasta el final de la temporada, pero usted ya se lo imagina. Es bastante obvio. La temporada 2 de El Marginal, que este viernes 28 se estrena en Netflix (aunque se puede ver en YouTube de forma ilegal desde su estreno en la TV Pública argentina) empieza ya anticipando la tercera, usando un recurso que resulta un poco forzado para no deshacerse de su personaje más popular.
Lo que sí se revela pronto es quién es el encapuchado. Es Patricio Salgado, un enfermero interpretado por Esteban Lamothe, que tres años antes de ese suceso está preso en San Onofre por haber asesinado a la pareja de la mujer con la que mantiene una relación y que será la madre de su hijo. Salgado la pasa mal en la cárcel. No está preparado para ese mundo peligroso, sucio, tenebroso, violento, agresivo.
Mientras tanto, Mario Borges (Claudio Rissi), el gran villano de la primera temporada, acaba de fugarse de otra prisión, ayudado por su hermano Diosito (el uruguayo Nicolás Furtado) y el resto de su banda. Pero todo sale mal, y la pandilla entera acaba en San Onofre, un lugar parecido y con el mismo statu quo que veremos tres años después cuando llegue Pastor, pero con otros personajes en esos sitios: en lugar de los Borges, manda “el Sapo” Quiroga. “El Morcilla” trabaja para él, porque es el que tiene el poder. En el patio siguen estando los sub 21, que todavía no se conocen con ese nombre. Y a ese lugar caen también los Borges.
Así queda planteada esta precuela, que en ocho capítulos contará como en un conveniente período de tiempo muy breve, todo cambia para quedar como estaba en la primera temporada. Eso hace, por un lado, que todo sea previsible (básicamente, sabemos como termina la historia antes de que empiece), pero por otro genera el placer de conocer como sucedieron los eventos que dejaron a los Borges como líderes internos de San Onofre, y cómo Diosito, que aquí es mucho más inocente, humano y coherente, empieza su camino descendiente hacia la locura y la psicopatía, y cómo se establecen algunos mecanismos de esa ciudad infernal y paralela que es el penal.
Diosito entabla amistad con Salgado, mientras su hermano mayor se alía con Antín, el director de la prisión (Gerardo Romano, que sigue siendo hilarante y una maravillosa fuente de insultos creativos, el mejor es "la concha del zapallo"), para derribar a Quiroga, una de las grandes incorporaciones de esta temporada.
Este personaje, interpretado por Roly Serrano, es un tipo malo, pero malo en serio. Tiene un trono, en el que es trasladado por sus secuaces, debido a su sobrepeso. Es un déspota, el verdadero director de la cárcel, que no rinde cuentas a nadie, tiene contacto directo con ministros, policías y autoridades. Tortura, golpea, asesina a voluntad, y además maneja el narcotráfico dentro de la cárcel con un sistema de palomas mensajeras que traen los paquetes. Serrano logra crear un personaje que se impone, que da miedo, y verdaderamente imprevisible. Y que es grandilocuente, como esta temporada.
El Marginal II tiene menos episodios pero quiere ofrecer más de todo: más sangre, más violencia, más oscuridad, más muertes retorcidas, más morbo, más, más, más. A veces funciona, en otras parece algo gratuito. En la temporada uno, Mario Borges se come un dedo humano cortado. En esta entrega, hay una escena –que involucra un relleno de empanadas– mucho más truculenta.
Otras de las buenas incorporaciones son Diego Cremonesi como “Cuis”, un cantante tropical que acabó en la cárcel y se convierte en mascota y víctima de las torturas del Sapo (su canción de la ficción, Piñata, es muy pegadiza), y Rodrigo Noya como Oaki, uno de los jóvenes presos del penal.
El ritmo de la temporada es irregular. Hay episodios que enganchan completamente, como los tres últimos, en otros se hace todo más cansino. No todo funciona con la precisión y la calidad de la primera temporada, algo que era muy difícil, considerando su nivel superlativo. Pero esta segunda parte se confirma como una continuación digna, que combina lo grotesco, lo violento, lo gracioso y la acción y con un resultado final que será bien recibido por los fanáticos de esta ficción argentina.