Reseña
"La caja de botones de Gwendy": Otro acierto de Stephen King
En su última novela, el autor logra una historia de iniciación adolescente entretenida, aunque sin estar exenta de error.
Aunque nunca va a ganar el premio Nobel de Literatura, Stephen King es uno de los escritores más leídos en el mundo y también uno de los más queridos, entre otras cosas porque es de esos autores que acompañan al lector a lo largo y ancho de su vida. Incombustible, la máquina de Maine publica sin descanso un libro tras otro, mezclando obras maestras del terror con novelas de medio pelo, sin que nadie pueda resistirse a esa especie de felicidad narrativa, compulsiva y perpetua, que nace de los lugares más oscuros del corazón de un hombre que hizo del miedo su carta de presentación.
A los 71 años, King se ha ganado en buena ley el derecho a escribir de lo que quiera e incluso a realizar jugadas tan arriesgadas como publicar novelas en colaboración con otros autores, cosa que ya hizo en el pasado y que repite ahora en La caja de botones de Gwendy, esta vez con su amigo Richard Chizmar, a quien dice entregó el texto sin terminar para que lo rematara como quisiera, ya que a él se le había agotado la pólvora.
Esta confesión explicaría en parte el abrupto y nada feliz final de una novela que, si bien no pasará a la historia como lo mejor de King, tiene varios momentos estupendos donde se nota la mano del maestro.
Lo más importante es que cada una de las obsesiones del autor de Carrie están presentes en esta historia que tiene como protagonista a Gwendy, una niña de 12 años que sufre bullying por ser gordita, que tiene unos padres alcohólicos que pasan de ella y una gran amiga a la que apenas conoce. Que está tan sola como para pararse a hablar con un desconocido de aspecto siniestro, que le regala una caja mágica con botones que pueden conceder deseos personales o provocar catástrofes en los diversos continentes del mundo.
Las algo ridículas funciones de la caja dejan de serlo cuando el lector se entera de que está en 1974, en plena guerra fría, y entonces la metáfora sobre la responsabilidad de apretar el botón de la destrucción masiva se hace más que evidente. No es el único apunte político del libro, porque King no puede resistirse y escribe una divertida página contra el Partido Republicano, donde los responsabiliza de negarse a destruir la escalera de los suicidios, una peligrosa escalada pensada como paseo para turistas, solo por su natural tendencia a no realizar ningún cambio que rompa con la tradición.
Aunque algo acotada por su brevedad, lo que lastra su desarrollo, La caja de botones de Gwendy es, a pesar de todo, una novela de iniciación, muy al estilo de King. Como en Revival, la historia se pone en marcha de forma magistral con la irrupción de un extraño en la vida del niño o adolescente de turno, que nunca vuelve a ser el de antes.
Así, Gwendy pasará de niña gordita a joven esbelta y hermosa, no sin antes tener sus primeros encuentros amorosos de absoluta ingenuidad, ver como sus padres dejan atrás sus vicios gracias a la caja de botones, y triunfar en todo lo que emprende, ya sea como atleta, como estudiante o como trabajadora, pero alejándose cada vez más de Olive, su mejor amiga de antaño. Deseos versus pérdidas, a eso se reduce todo, en definitiva.
Capítulo aparte merece el tratamiento que le da King al tema de la propiedad privada, al costo que supone decir esto es mío y de nadie más. Y a continuación, como un escalofrío, el temor a perderlo que surge y que nunca cesa. Porque la caja se transforma en el universo absoluto de Gwendy que, por momentos (y esto es muy bueno), es consciente de que está siendo dominada por un objeto en apariencia inanimado.
Dinámica, entretenida y con varios puntos de interés, a pesar de su final defectuoso La caja de botones de Gwendy logra ser un trabajo más que aceptable de un autor sobresaliente.