Reseña

“Latas vacías”: el cine posible

Por Jorge Coronel |  7 Octubre, 2014 - 09:11
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Una gran historia. Es lo que precisa una buena película que se precie, acompañado de un relato que transmita sensaciones a cada espectador que se ocupa de verla. Y es aquí donde Latas vacías logra sacar ventaja, contra viento y marea.

Hérib Godoy dirige "Latas vacías", ópera prima en que –con pocos recursos y bajo presupuesto– desafía sus limitaciones para construir un universo mitológico cautivante.

Una gran historia. Es lo que precisa una buena película que se precie, acompañado de un relato que transmita sensaciones a cada espectador que se ocupa de verla. Y es aquí donde Latas vacías logra sacar ventaja, contra viento y marea.

Los recursos son mínimos, y eso se nota (solo para su grabación no pasaron los G. 5 millones, US$1.126,5). Filmada y producida en la ciudad de Coronel Oviedo, Paraguay, la película fue realizada en la medida de sus limitaciones. Pero esa precariedad es aprovechada a lo largo del relato, logrando en su dirección momentos acertados.

El filme cuenta la historia de Alfonso (Aníbal Ortiz), un joven huérfano de padre y madre que se dedica a buscar tesoros ("plata yvyguy") enterrados en la época de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Tras un hallazgo exitoso, un ladrón le arrebata el tesoro y asesina a su pequeño hermano. Elipsis de por medio –siete años después–, la vida lo encuentra convertido en reciclador y ante una nueva oportunidad de volverse millonario. Otra vez el tesoro escondido. Nuevamente, los problemas.

Con una estructura narrativa sencilla, el relato fluye al ritmo de la aventura que le marca la espesura ovetense. Los diálogos en guaraní enriquecen el guión; entre complicidades, frases pícaras y gags que definen una empatía con varios de los personajes. Palabras o frases que, traducidas al castellano, difícilmente conservan su esencia. Y es aquí donde queda claro el espíritu del filme: después de todo, estamos hablando de una historia del interior contada por la misma gente del interior. La cadencia que propone, entonces, no puede ser mejor.

Claro que hay decisiones (o defectos) que molestan. Por ejemplo, en la fotografía, con algunas disparidades –con resultado amateur– en los cambios de tonalidad. También nos costará entender ciertos errores de ortografía; como esos que encontramos en el texto inicial y en los títulos de créditos. (Señores realizadores: a falta de un corrector de estilo, un buen procesador de textos nunca está demás).

Las actuaciones merecen un destaque especial. Aun sin experiencia actoral, los intérpretes logran una sutil espontaneidad (de esa que tanto les cuesta a nuestros actores de teatro). Tanto el protagonista interpretado por Aníbal Ortiz (que, en realidad, se gana la vida como mecánico de autos), como el antagonista de Máximo Florentín (en su caso, un mecánico de motos); la prostituta que desarrolla Antonia Florentín Medina y el traidor que interpreta Miguel Rodríguez; todos aportan su impronta con naturalidad. Todo un mérito en la dirección actoral.

Salvo algunas excepciones, los recursos de edición están puestos al servicio del género, logrando recrear su universo fantástico y paranormal tan particular. El minimalismo aporta credibilidad en la puesta en escena, con locaciones naturales bien aprovechadas.

La música incidental puede tornarse fastidiosa (¿es necesario musicalizarlo todo? A veces un silencio oportuno puede asustar mucho más). La música original a cargo de Humbertiko & Urbanos–una mezcla popular de cumbia con reguetón– se torna efectiva, aunque pronto nos recuerde la esencia de la cumbia pop que Revolber compuso para 7 cajas (Huye hermano).

¿Quién dijo que no se puede filmar con poco dinero, lejos de la capital y con un resultado optimista? En lo único que no es pobre este país, y el continente en sí, es en historias. Desde Coronel Oviedo, Godoy da una primera muestra de talento, entre lluvias, disparos, muertos, fantasmas, tesoros, basuras, ambiciones, victorias, derrotas... y latas vacías.

* Crónica ABC