Reseña

Libro revela detalles de la relación entre Sigmund Freud y su hija Anna

Por Télam |  10 Septiembre, 2014 - 13:56
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El texto Sigmund y Anna Freud. Correspondencia 1904-1938 deja entrever la profunda imbricación entre relación filial y objeto de estudio que signó la relación entre padre e hija, quienes más allá del lazo vincular estaban unidos por un objetivo terapéutico.

La estrecha relación que el austríaco Sigmund Freud estableció con la más pequeña de sus hijos se puede rastrear por estos días en el libro Sigmund y Anna Freud. Correspondencia 1904-1938, un volumen que deja al descubierto la manera en que el psicoanálisis moldeó el vínculo entre ambos a la vez que recrea la vida de una familia en la Viena de principios del siglo XX.

“Mirándote me doy cuenta de lo viejo que soy, porque tienes exactamente la misma edad que el psicoanálisis. Los dos me habéis causado preocupaciones, pero en el fondo espero de tu parte más alegrías que de la suya”, escribe Freud a su hija en una misiva enviada a fines de 1920.

El texto deja entrever la profunda imbricación entre relación filial y objeto de estudio que signó la relación entre padre e hija, quienes más allá del lazo vincular estaban unidos por un objetivo terapéutico: Anna fue analizada por su padre en dos períodos entre 1918 y 1924, en una frecuencia que escaló hasta las seis sesiones semanales.

Encabezadas por “Mi querida Anna” o “Querido papá”, las 300 cartas reunidas en el volumen que acaba de publicar Paidós en la Argentina esbozan el universo emocional del artífice del psicoanálisis y delinean el derrotero de la menor de sus hijas, que mantuvo relaciones ocasionales con algunos de los alumnos de su padre y se dedicó a la terapia de menores.

En una carta fechada en 1914, Freud previene a su hija sobre las actitudes seductoras de Ernest Jones, fundador de la Sociedad Psicoanalí­tica Británica, "un hombre mucho mayor que ella y completamente inadecuado", detalla.

Según testimonia el material clasificado de manera rigurosa por la antropóloga Ingeborg Meyer-Palmedo, la más pequeña de los seis hijos de Freud fue la única analizada por su padre y mantuvo una relación muy estrecha con él que la llevó a pedir consejos recurrentes sobre la terapia de menores, campo en el que se destacó como representante de la escuela vienesa.

“Ahora bien, en las muchas cartas que recibo nadie escribe como corresponde acerca de ti, cómo estás, qué haces, si estás muy atareado, y por eso me volvería a alegrar mucho si volvieras a escribirme por tu cuenta”, reclama la autora de El ego y los mecanismos de defensa (1936).

La correspondencia describe el desdoblamiento entre un padre que si bien trasciende la "normalidad" no deja de advertir o aconsejar a su hija -en las misivas reunidas en el libro prevalece el sentimiento amoroso por sobre otros apuntes- y el psicoanalista que se vale de la ocasión para poner en escena una suerte de diván epistolar.

La convivencia entre el registro familiar y el psicoanalítico irrumpe en la preocupación de Freud por el retraimiento de Anna, algo alejada de la vida social y por el contrario ensimismada en los libros: ante eso, el padre la estimula a no disociarse de los placeres y a compartir actividades con sus congéneres.

Nacida el 3 de diciembre de 1895, la mujer fue la única de los descendientes de Freud que se dedicó al psicoanálisis. Soltera y sin hijos, se especializó en la psicoterapia infantil e incluso abrió su propia clínica en 1938.

La relación entre Anna y Sigmund fue leída por algunos de sus discípulos con la consumación de la teoría del complejo de Edipo sobre la que Freud escribió largamente.
La hija más chica del autor de Psicopatologí­a de la vida cotidiana pasó gran parte de su vida distanciada de su madre, Martha Bernays -circunstancia que de alguna manera reforzó el acercamiento paterno-, y tuvo además una relación conflictiva con su hermana Sophie, con quien solía rivalizar frecuentemente.

Freud también mantuvo correspondencia con el resto de sus hijos -registradas en el volumen Sigmund Freud. Cartas a sus hijos- aunque a diferencia del tono que signa la relación epistolar con su descendiente menor, en las misivas destinadas al resto de sus hijos (Mathilde, Martin, Olivier, Ernst y Sophie) elige un registro inequívocamente paternal y ya no psicoanalítico para aconsejarlos sobre el amor y la sexualidad.

Entre Sigmund y Anna siempre hubo un lazo especial, inquebrantable durante el tiempo en que estuvieron separados físicamente. De hecho acaso por ser la única sin familia entre sus hermanos, ella se ocupó de su padre hasta su muerte en 1939.