Reseña

Paulo Coelho defiende el consumo de LSD en su último libro, "Hippie"

Por Andrés Ricciardulli/ El Observador |  18 Septiembre, 2018 - 09:05
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El escritor dio unas contradictorias declaraciones en el contexto del lanzamiento de la obra, defendiendo también la vida de millonario.

Cuanto más alto se está, más dura es la caída, y si no que le pregunten al actor Kevin Spacey, que pasó de ser una estrella a ser un paria de la noche a la mañana. O a Whitney Houston, Diego Armando Maradona, Macaulay Culkin, Kurt Cobain o Mike Tyson, íconos que de una u otra manera cayeron desde lo más alto.         

Algo similar, aunque no tan dramático, le acaba de suceder al escritor brasileño Paulo Coelho, que desde la cumbre alpina de su éxito en Ginebra (Suiza) desbarrancó y rodó ladera abajo debido a una entrevista muy polémica con la periodista Virginia Drake, de la revista española XLSemanal.

Ante la pregunta (por su último libro titulado Hippie) de si se podía ser un hippie viviendo en una mansión suiza llena de obras de arte y con mayordomo, Coelho entró en una serie de contradicciones alarmantes, que solo pueden atribuírsele a una mente perturbada, a la edad (71) o a una genial campaña de marketing por la negativa, ya que la gente habló de ese acontecimiento durante semanas. 

Coelho, que ha vendido más de 250 millones de libros sobre todo a partir de la publicación de su novela El alquimista, que tiene 30 millones de seguidores en Facebook y 15 millones más en Twiter, pero también una inmensa masa de detractores por su estilo literario pobre y su autoayuda de tercera, mostró un lado oscuro hasta ahora desconocido por el gran público. 

Frases como: “Yo conozco gente que es muy pobre porque la única cosa que tiene es dinero”, “¡Sí, puedo ser hippie viviendo como vivo en Ginebra!”, “¡Olvida que soy hippie!¡No soy hippie!”, “El dinero en mi caso es una abstracción” o “Yo distingo el LSD de la cocaína y la heroína, que son las drogas del demonio”, son solo algunas perlas del rosario de disparates que soltó Coelho durante la entrevista con Drake, que lo sacó de quicio mostrándole las mil contradicciones entre su discurso y su estilo de vida.

Pero en el fondo no debería sorprender a nadie que Coelho borre con el codo lo que escribe con la mano, porque su vida es y ha sido una contradicción permanente. De joven adoró a Satán y practico la magia negra. Hoy la palabra Jesucristo es casi una muletilla cada vez que habla. Coqueteo con el marxismo y sufrió torturas a mano de los militares brasileños. Hoy es un frecuente animador del Foro de Davos donde la plutocracia pretende definir el rumbo del mundo. Escribía canciones para Raúl Seixas y promovía la sociedad alternativa en la década de 1970. Hoy es un millonario sin culpa que vive en un paraíso fiscal.

Leer su último libro, que describe varios episodios autobiográficos en torno a un viaje juvenil en ómnibus de Ámsterdam a Katmandú, no hace más que confirmar que Coelho como te dice una cosa te dice la otra. Solo él es capaz de mezclar a Jesús con Krishna, Buda, Rumi, Diógenes, Mark Twain, Alá, Albert Hofmann, Lou Reed, el Amor, la Verdad, el tercer ojo y un largo etcétera de entidades más o menos reales.

Con todo, no es lo peor que ha escrito, ya que tiene algunos pasajes muy logrados como la visita a una casa donde la gente se inyecta heroína, la descripción de una Holanda tan liberal como conservadora (es estupendo cuando señala que la zona de descontrol está limitada por un invisible cordón sanitario y como la ley castiga la salida de ese cerco) o la descripción de la compleja mentalidad de Karla, su compañera de viaje.

Pero poco a poco la novela se hunde cada vez más en el cóctel metafísico de Coelho, que marea al lector y pierde el rumbo a partir de la segunda mitad del libro y ya no lo vuelve a encontrar. Lo curioso, en este caso, es que si se eliminaran todos los pasajes esotéricos y se dejara solo la crónica dura del viaje, el texto no sería tan decepcionante. Aunque seguramente también, sin ese condimento místico que no deja a nadie afuera, sin esa medicina barata para el alma que gusta tanto a Julia Roberts como a doña María o a don José, el libro no se vendería tan bien.

Sorprende a lo largo de todo el libro la defensa del LSD, extremo que ratifica en la entrevista con Drake, a la que llega a preguntar si lo probó y dice apenarse por ella cuando la periodista le dice que no. Con argumentos como que nadie ha muerto por consumo de LSD (aseveración inverificable) y que la sustancia no causa dependencia, Coelho parece alentar el consumo de una droga que provoca alucinaciones. Quizás de allí nace su misticismo y no de otra cosa.

Si a eso se suma que de joven sus padres lo internaron en un hospital psiquiátrico donde recibió electroshocks para curarlo de sus extremismos y locuras, se entienden también mejor sus desvaríos filosóficos y sus aspiraciones místicas. De todo como en botica.

El éxito, además de dinero, le trajo varios reconocimientos como ser designado miembro de la Academia Brasileña de las Letras en 2002 y ser nombrado en 2007 Mensajero de la Paz por la ONU. Antes, en 1996, había fundado junto a su esposa Christina Oiticica, el Instituto Paulo Coelho, que da ayuda a niños y ancianos brasileños carenciados.

A todo lo de Paulo Coelho, vida y obra, se le puede poner un pero y su leyenda genera más de una duda, pero hay que reconocerle que siempre quiso ser escritor. Antes de ser gurú, compositor, actor de teatro, empleado de la compañía musical CBS, peregrino de Santiago de Compostela y millonario, quería ser escritor. Que llegara a serlo es su mayor éxito.